El Mucem de Marsella, ciudad símbolo del cosmopolitismo mediterráneo, acogió recientemente una exposición de carteles de cine argelino que juegan con las miradas equívocas evocadas por el autor. Foto: Gérard Wormser
Querido Arnon,
A riesgo de forzar la familiaridad o de afirmar compartir ideas con desconocidos sobre un tema muy amplio, me encanta la metáfora de Europa como un “club de swingers” por varias razones.
Para empezar, cuando vivimos en el mundo al que llamáis “árabe”, experimentamos, inicialmente y de forma violenta, esta confusión que atribuimos a Europa entre la libertad sexual y la libertad sin más. En el llamado mundo árabe, liberarse no tiene tanto el sentido de votar libremente, sino, a veces, el de besar en público al ser querido.
Las democracias europeas sólo se sostienen gracias a una sociabilidad que teje sus pautas día tras día.
Grandes figuras intelectuales y actores culturales manifiestan su compromiso contribuyendo al debate de ideas.
Foto: Editor
Además, los islamistas de nuestras tierras han insistido en el malentendido cultural para ganarse la simpatía de los conservadores, los machistas y los patriarcas. El derecho erótico, la fornicación, el pecado, el mal, la disolución moral, se muestran como los frutos de la democracia liberal, o incluso como la democracia liberal en sí misma; la salvación sería, por tanto, protegerse: de Dios, de la Dictadura.
La segunda razón por la que me gusta la metáfora es que en un club de swingers podemos cruzarnos en ocasiones con voyeurs, esa especie solitaria que avanza para mirar, sin decir nada, testigo sin cuerpo del cuerpo de los demás. Así es como me he considerado siempre cuando viajo a Occidente: voyeur de la democracia europea. Sin poder tocar, esteta, admirador, recluso.
Costuras gruesas
Entonces, sí: hay que vivir fuera de Europa para ser europeo, soñarla y definirla. Y ese fuera puede ser América. Pero lo mejor para definir Europa es vivir en dictadura. Desde ahí, desde ese ángulo muerto, podemos identificar la democracia europea, un poco por defecto, por contraste. Para ello hay que ceder a la ingenuidad, a la síntesis y a la facilidad de análisis. Es la condición para creer en la democracia: vista desde muy cerca, vemos el tejido, las imperfecciones, por supuesto, las costuras gruesas.
¿Acaso importan estas reservas sobre la democracia europea cuando sobrevivimos en una dictadura? No. De esta forma, en el llamado mundo “árabe”, Europa existe, y su democracia también: es, de una vez por todas, aquello que no poseemos. Aquello que reclamamos o aquello que imitamos. Es, al mismo tiempo, aquello que rechazamos en nombre de nuestras identidades de reclusión y del derecho a la diferencia tras las descolonizaciones. Un descolonizado siempre es susceptible y tiene la desconfianza de un superviviente.
Por tanto, he aquí una teoría grosera, ingenua, algo tramposa, ya que cierra el debate que se espera entre nosotros. Pero también es esencial para mantener el equilibrio. Me conformo con este sueño de Europa. El resto de mis reservas ya vendrán más tarde, si consigo un futuro. En cuanto a mis dudas, prefiero utilizarlas en la literatura más que en definiciones definitivas.
Voyeur en el club swinger europeo
Como voyeur, ¿por qué es importante esta democracia a la que tanto miro en este club? Es importante por la ley de consecuencias: mientras que la democracia se debilita en Europa, se cuestiona por los excesos, se reduce por el efecto de las invasiones bárbaras internas de los populistas, esto refuerza en mi tierra la dictadura, el autoritarismo y el desprecio por el ideal de la democracia. Nuestros dictadores han alimentado bien este atajo para el espectáculo en Europa: “¿La democracia? Es el caos, cuidado con vuestros deseos imprudentes“, repiten.
Un poco injusto, un poco en el espectáculo de la predicación, yo reiteraba, a menudo en conferencias para europeos que “vuestros compromisos son nuestras catástrofes”. Alertaba sobre el sentido de la democracia europea y lo que trasciende a su geografía, sus confines. Hablaba de islamismo apoyado por el sentimiento de culpa colonial, de populismo dopado por la nostalgia de la identidad exclusiva. Es una retórica exagerada, pero tiene el beneficio de la brutalidad y la responsabilización: la democracia europea es una necesidad que la supera.
Obviamente, le damos vueltas a otras cosas: ¿es la democracia una exclusividad de Europa occidental? ¿Se puede exportar a través de desembarcos y ONGs? ¿Es una historia local o una universalidad engañosa? ¿Es una especificidad cultural o humana? En el mundo “árabe” no paramos de buscar definiciones y encerrarnos en las castas. Al final, solemos optar por el exilio. Porque es mejor vivir en una democracia mal definida que en una dictadura en la que nos agotamos definiendo la democracia.
En junio de 2023, un pesquero procedente de Guinea con 150 refugiados a bordo fue rescatado en las Islas Canarias. El deseo de entrar en Europa se alimenta de la frustración de millones de personas ante la miseria mantenida por regímenes depredadores. Foto: Stéphane Van Deinse
¿Demasiada democracia?
La democracia no sabe defenderse, me repetía una amiga tunecina: lo vemos Europa. Lo veo: extraña paradoja en la que la meta de una tierra de comodidades es alcanzar el equilibrio de fuerzas por un reblandecimiento generalizado.
Segunda prueba: ¿demasiada democracia mata a la democracia? No lo diría muy alto, pero lo vivo en el “sur” y eso me autoriza al despecho: cuando examino un poco las noticias de “militantes-selfie” que defienden el derecho de los mosquitos a picarnos, que manchan pinturas de Van Gogh con tomate o que pegan sus manos al capó de choches para salvar el mundo, me pregunto si el exceso de democracia no mata a la democracia.
¿Tercera prueba? Quizás tenga derecho a una cita, al menos: citaré a Jorge Luis Borges. En uno de sus poemas dice lo siguiente: “El que mira el mar ve a Inglaterra”. El efecto de condensación funciona genial y provoca una ensoñación inmediata: el imperio, la inmensidad, Inglaterra, la aventura, todos esos barcos construidos, los nudos marinos y el fin del mundo conocido. Un país entero se define por la anulación de sus fronteras. Todo se encuentra en el mar y se disuelve en él. Por una vez, dos cosas diferentes, el mar e Inglaterra, se imaginan como lo mismo mientras siguen siendo dos cosas diferentes.
Democracia inconsciente
De este modo, respecto a la democracia en Europa, el que, desde nuestra tierra, al “sur” del mundo, mira al mar, ve a Europa. Para un escritor, es un poema de Borges o una metáfora hermosa. Para un inmigrante clandestino que espera al buen tiempo para remar rumbo a España, todo se encuentra en estas palabras, de una vez por todas: el mar es Europa, es decir, la libertad, el más allá sin cadáver, otra parte, la evasión, el infinito, el sexo sin pecado, el intercambio de pareja y el voyerismo, la fortuna.
Europa sigue siendo una democracia, pero no lo sabe. Es el último capricho de su belleza. Esa especie de inocencia que incomoda y se vuelve crueldad. Pero nosotros, en el “sur”, lo sabemos: podemos definir la democracia. Precisamente, cuando me invitan a Europa, es para poder expresar mejor la esencia de la democracia. Porque vengo de la barbarie cósmica del resto del mundo, porque sé lo que cuesta. Porque sé dónde empieza y dónde termina. Porque un voyeur atento y discreto tiene más que contar que un swinger ocupado acariciando o mordiendo a los demás. Y, en este caso, la metáfora irá más lejos: la amenaza para Europa es, sobre todo, que ese importante lugar deje de ser deseado.
Conque sí: defendamos la democracia liberal europea. Para nosotros, la gente del “sur”, de las dictaduras, es el único lugar hacia el que nadar cuando nuestros países se hunden. Y es el único lugar en el que podemos gritar que la democracia no existe sin que esa supuesta dictadura nos detenga. Por la democracia, pues, repartámonos las tareas: necesitáis escuchar para mejorar, y yo necesito creer en vosotros para esperar que un día llegue a mi tierra. De momento, en el mundo “árabe”, el único club swinger posible es el paraíso celestial. Y eso viene tras la muerte o el asesinato. La vuestra o el mío.
Durante siglos, Europa ha conocido la extensión. Por la colonización y la invención de la universalidad. Hoy en día, se retracta en la culpabilidad y el perdón. Los “bárbaros” se imponen para convertirla a las creencias antaño superiores. ¿Tiene el europeo un alma o una animalidad? ¿Es su desnudez el primitivismo indecente? ¿Hay que taparlo o destaparlo? ¿Hay que convertirlo y reeducarlo?
Ya sabemos todos cómo esta historia de encuentro desigual termina de momento: muy mal para uno de los dos. Europa aparece, sobre todo, como una geografía insular. Poco importa que tenga fronteras. Contemplarla es mirar al mar. Lo que soñaríamos, con la buena o la mala fe del militante democrático del “sur”, con la inocencia y los esfuerzos por hacer, es que estuviera en todas partes. Que siguiera siendo la prueba de que la otra orilla existe. Los inmigrantes clandestinos en el Magreb miran al mar como los creyentes miran al cielo. Y con las mismas esperanzas falsificadas.
Queridos Lana Bastašić, Drago Jančar, Oksana Zabuzhko, esto no es, obviamente, una respuesta. La primera regla de un voyeur es guardar silencio.
Foto: Gérard Wormser
Kamel Daoud, Orán (Argelia), 15 de mayo de 2023
Traducción del francés por Javier Herrero González
Kamel Daoud(1970) es un escritor y periodista franco-argelino. Ganador del premio Goncourt a la primera novela en 2015, ha sido redactor jefe de Quotidien d’Oran y es periodista y editorialista en distintos medios de comunicación, entre ellos Le Point, Le Monde des religions, New York Times y Liberté.