Querido Arnon,
Gracias por recordar en estos tiempos de incertidumbre cierta guerra de hace mucho tiempo y a la gente de Sarajevo, quienes a menudo sintieron que Europa y el mundo les olvidó durante muchos años de asedio. Ahora parece que con Ucrania es distinto, parece haber mucha más solidaridad. Sin embargo, corresponde a la gente de los pueblos y ciudades ocupadas, quienes se despiertan con sirenas de ataques aéreos, decir si realmente pueden sentir esa solidaridad. Oksana Zabuzhko es, sin duda, la persona ideal para hablar de esto en nuestro debate.
Menos de un año después de que Susan Sontag dirigiera la obra de Beckett Esperando a Godot en Sarajevo, yo también llegué a la ciudad sitiada. Formaba parte de un grupo de cuatro escritores que habíamos viajado a Sarajevo para expresar nuestra solidaridad con nuestros compañeros escritores que vivían en la ciudad, constantemente expuesta a bombardeos desde las colinas circundantes. Pero necesitaban ayuda económica más que amistad y palabras amables, así que llevábamos dinero en efectivo bajo nuestras chaquetas flak, bastante dinero, recaudado por PEN Internacional para facilitar la vida de los escritores bosnios. No fue fácil para ellos, uno de ellos quemó casi toda su biblioteca para calentarse a él y a su familia en el invierno glacial de Sarajevo cuando había cortes de electricidad y calefacción.
Susan Sontag en Sarajevo
En Sarajevo, Susan Sontag hizo una pregunta sobre la civilización y la barbarie en Europa, la cual repetimos los cuatro, una banda de extraños escritores viajeros, que llevaban cascos militares y chalecos antibalas. Al llegar al aeropuerto de Sarajevo en una aeronave de transporte militar, rodeados de altas fortificaciones, ametralladoras y alambre de espino, nos dio la bienvenida el irónico letrero del transporte aéreo de Unprofor: Maybe Airlines. Y, en el estrecho trozo de tierra que teníamos que cruzar para abandonar el aeropuerto, las fuerzas de paz francesas habían puesto una señal callejera directamente traída desde París: Champs-Elysées.
Mientras la tragedia de la gente muriendo entre disparos y bombardeos se revelaba, sumidos en la privación y al borde de la inanición, el deseo de supervivencia se sustentaba en un humor bastante negro y en la esperanza de que Europa, el faro de la civilización, acudiera al rescate. ¿Esperando a Godot? Un taxista que había adquirido la habilidad de sortear las calles amenazadas por francotiradores me dijo que de día conducía el taxi y que las noches las pasaba agazapado con su rifle en las líneas defensivas arriba de la ciudad. “Allí espero a mi Godot”, bromeaba.
Susan Sontag, quien vino a Sarajevo desde Nueva York, pudo comprender mejor cómo los maravillosos avances sociales y culturales de Europa se entrelazaban con delirios nacionalistas e ideológicos increíblemente brutales y que tuvieron lugar en el turbulento siglo que se inició en 1914 con el atentado en Sarajevo. Quizás lo entendió mejor que muchos europeos. Y veo que tú también lo entiendes muy bien, Arnon. Por supuesto que lo entiendes, eres escritor, y tu trabajo es hablar sobre el bien y el mal, la luz y la oscuridad, que, como la civilización y la barbarie, no habitan sólo en una nación, sino a menudo en una persona. Pero me temo que muchos, quizás la mayoría de los europeos, tienden al prejuicio y la simplificación.
Las tribus de Europa
En febrero de 1993 me invitaron a París para asistir a un debate… des écrivains, des intellectuels, des politiques, des plasticiens, venus de toute l’Europe… como ponía en la invitación. El debate trataría sobre los cambios tan importantes que había habido en Europa tras las violentas agitaciones políticas y sociales en Europa del Este, la caída del Muro de Berlín, el derrumbe de la Unión Soviética y la guerra en Yugoslavia. Cuando llegué al Palais de Chaillot, habían desplegado un enorme cartel con la silueta de la torre Eiffel de fondo frente a las grandes ventanas. En él se leía: “Les tribus ou l’Europe?”.
¿Las tribus o Europa? Inmediatamente me di cuenta de que me habían invitado al evento en calidad de representante de la parte tribal de Europa. Por lo visto, para los organizadores de este gran debate, la desintegración social y económica de las sociedades comunistas tras revoluciones callejeras, el colapso de la Unión Soviética y la desintegración de Yugoslavia (donde había intensos problemas nacionalistas y religiosos) no era más que un engañoso camino hacia las sociedades tribales – a la barbarie. Un filósofo francés y un ensayista polaco se opusieron a esta simplificación desde el principio. Sin embargo, el debate que siguió desencadenó muchas palabras de esperanza por una Europa unida y tolerante, de solidaridad y derechos humanos.
Sencillamente no pude quitarme de la cabeza esas palabras en el Palais de Chaillot; me vinieron como un flash, muchos años después, al comienzo del nuevo siglo y milenio, cuando el big bang también trajo consigo una unificación formal, o tal vez debería decir la incorporación de los países de Europa del Este a Occidente. Suelo pensar que este proceso no consiguió aportar conocimiento sobre cómo vivía de verdad la gente de Europa del Este. Alguien que haya vivido una gran parte de su vida en Lyon o en Gante, por ejemplo, tiene una experiencia vital diferente a la de quien ha vivido en Praga o Vilna. La vida bajo dictaduras comunistas, con sus pomposas ilusiones de igualdad social, era completamente distinta a la vida bajo la democracia parlamentaria y el capitalismo. Treinta años después, el Muro de Berlín sigue en el recuerdo de muchos europeos.
Señalando a la sociedad del Este
Czesław Miłosz habla claramente sobre esto. Como dice en su libro Native Realm (Rodzinna Europa): La manzana podrida de la tierra es pequeña y no hay más huecos en ella. Pero basta con llegar aquí, a Europa, desde alguna de sus regiones del Este o del Sur, donde los viajeros casi nunca van, y ya eres un recién llegado del Septentrión, de donde sólo saben que hace frío.
Mucha gente en Occidente aún cree que su dedo índice tiene que señalar a la sociedad de Europa del Este, como para darle lecciones de democracia y derecho. En el Este, sin embargo, hay mucha gente cuyas grandes expectativas se truncaron en cuanto se dieron cuenta de que la incorporación a la Unión Europea no iba a cambiar sus vidas, no iban a pasar de la miseria a la prosperidad de la noche a la mañana. Durante años, crecieron con la utopía de un comunismo que nunca llegaba a materializarse.
Cuando la utopía finalmente se derrumbó, se agarraron inmediatamente a otra idea utópica: Europa. Prosperidad, democracia, el valle del paraíso: todo llegará solo. Pero nada llega solo. Una vez dije en un debate: “soñamos con la democracia, pero nos despertamos en el capitalismo”, – y de una forma despiadada, ya que todas las sociedades de Europa del Este tuvieron que lidiar con problemas de transición: privatización, divisiones sociales o la influencia de grupos de nouveaux riches en la política, los medios de comunicación y otros ámbitos de la vida.
En Alemania, que tan bien conoces y tanto aprecias, incluso hoy en día, a una persona que vivió en la RDA la llaman “Ossi”, lo que implica algo diferente, y no necesariamente bueno, respecto a alguien que vivía en la parte occidental y a quien se llama “Wessi”. Quizás, Arnon, a alguno le pueda sorprender tu cariño hacia los alemanes, especialmente a quien viene de una parte del mundo que, para ser suaves, ha tenido una mala experiencia con ellos en el pasado. Pero te entiendo hasta cierto punto.
Saber qué no es la democracia
Quizás los alemanes son ahora los que mejor entienden la idea europea. Quien quiera entender Europa debe visitar los museos del siglo XX en Berlín o hablar con alemanes cultos que, debido a su experiencia de vivir bajo dos dictaduras, han superado las locuras nacionalistas e ideológicas. Heiner Müller lo describe muy bien en su autobiografía, que subtituló “La vida en dos dictaduras”.
Por tanto, es una buena idea adquirir al menos un poco de conocimiento de la historia para contemplar el futuro. Sólo cuando sabemos qué no es la democracia podemos entender plenamente lo que es o debería ser la democracia.
Como escritores, preferiríamos que la gente se interesara por nuestra literatura más que por nuestras intervenciones públicas sobre cuestiones sociales. A veces esto es sencillamente imposible. Durante la guerra de Yugoslavia, se publicó mi primera traducción importante en alemán (y, por casualidad, también en neerlandés poco después como De galeislaaf, 1995), la novela The Galley Slave. ¡Qué emoción para un escritor relativamente joven! El libro tenía un diseño muy bonito, y el autor había preparado algunas amables palabras para decir en una entrevista – si es que a alguien le interesaba, como así lo esperaba yo.
En la feria del libro de Frankfurt, todos los focos y las cámaras de televisión apuntaban a la caseta de un editor austriaco que también publicaba libros de autores serbios y croatas, que explicaban nuestras opiniones sobre la guerra… Apenas nadie hizo caso a mi bonito libro, tirado en la mesa. Por la noche, cuando los editores estaban recogiendo sus casetas y las luces se apagaban, una reportera de una radio alemana vino a verme. “Señora”, dije. “¿Podría, si no le importa, preguntarme algo sobre esta novela que acabo de publicar?”. La mujer sonrió amablemente. “Por supuesto”, dijo, “dígame”. Y hablé durante algunos minutos. “Muy bien”, dijo, “pero me gustaría preguntarle: “¿fue Eslovenia, al separarse, la causante de la guerra en Yugoslavia?”.
El futuro como una lista de deseos
¿En qué punto dejamos de ser artistas y nos convertimos – quizás esto es algo más original – en explicadores de situaciones sociales y políticas? Creo que nuestros libros muchas veces pueden proporcionar un análisis más profundo de las circunstancias sociales y las falacias humanas que han provocado las grandes crisis – suponiendo que alguien los lea, claro.
¿El futuro? Podría ser una simple lista de deseos. De momento, está bien saber por qué y cómo hemos llegado a la Europa que tenemos. De momento, está bien saber que hemos llegado a este punto a través de las majestuosas cumbres de la civilización y los abismos más profundos de la barbarie. Está bien saber que, al menos en mi opinión, la Ilustración fue el punto de inflexión que otorgó a las sociedades europeas los postulados culturales y sociales más importantes que hoy en día nos permiten hablar de democracia liberal, apertura, solidaridad y tolerancia.
Seguramente, la Europa de mañana no será la Europa de hoy. Vienen generaciones que están ampliando los horizontes para entender al “otro” y la “inclusividad”, sea lo que sea. Por supuesto, ¿quién puede entender eso mejor que el escritor? Pero en fue la Ilustración, junto con los derechos humanos, cuando se instauró un marco y restricciones para lo que vendría, por ejemplo, la democracia liberal de hoy. No es un espacio sin límites para la experimentación social arbitraria, sino que consiste en la ley, el laicismo, la libertad de expresión, y, por lo tanto, también en una serie de reglas que hagan la convivencia soportable. Y estos factores tendrán que respetarse también en el futuro, si no queremos vernos envueltos de nuevo, como ya ha pasado tantas veces en la historia de Europa, en experimentos sociales violentos en los que nos lanzamos al cuello unos de otros.
Cuando sintamos la tentación de hablar sobre la vieja, cansada Europa, sobre los laberintos en ocasiones sin sentido de la burocracia europea, sobre egoísmo e intolerancia, cuando los pensadores enfadados prevean el declive de Europa, recordemos por qué, aún con todo, tanta gente más allá de sus fronteras, quiere vivir aquí. Preguntemos a los ucranianos por qué están dispuestos a luchar por una vida así. ¿Es posible que la idea de los valores europeos sea más visible y se entienda mejor en sociedades más allá de sus fronteras que en la propia Europa?
El alma de Europa
Uno de los arquitectos de la Europa pragmática que tenemos hoy, y en la que nos sentimos relativamente cómodos, y la que tanta gente más allá de sus fronteras encuentra tan atractiva, fue Jacques Delors, el arquitecto de la integración europea. Delors vio, a principios de los años 90, que la simple unificación económica y política no bastaba para que se mantuviera en el tiempo. Como asustado por su propio pragmatismo, gritó que Europa necesitaba su “alma”.
Hasta para un escritor, la noción de “alma de Europa” suena algo a ficción. Pero, ¿no es el arte, especialmente el arte literario, a menudo crítico, ambiguo, indeciso, incómodo, la verdadera alma europea, la que refleja lo que ocurre en cada alma: momentos de alegría y de tristeza, euforia y desesperación, momentos de amor propio, pero también de mala conciencia, que se abalanzan sobre nosotros de madrugada por nuestras acciones?
Ni que decir tiene, no presento nuestros libros como manuales de comprensión y tolerancia. “Todo arte es bastante inútil”, como decía Oscar Wilde con su estilo sarcástico. Sin embargo, imagino humildemente que nuestros libros pueden, a su manera, responder a la pregunta sobre quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos, para aquellos que deseen leerlos. Como individuos y como comunidad en toda su diversidad.
Un abrazo, Arnon, nos vemos pronto en Amsterdam.
Drago Jančar
Esta carta forma parte de Letters on Democracy, un proyecto del 4º Foro sobre la cultura en Europa, en junio de 2023 en Ámsterdam. Organizado por De Balie, el Foro se centra en el significado y el futuro de la democracia en Europa y reúne a artistas, activistas e intelectuales para explorar la democracia como expresión cultural más que política.
En Letters on Democracy, cinco escritores reflexionan sobre el futuro de Europa en una cadena de cinco cartas iniciada por Arnon Grunberg. Los escritores – Arnon Grunberg, Drago Jančar, Lana Bastašić, Oksana Zabuzhko y Kamel Daoud – se reúnen durante el Foro, en el marco de una conversación sobre la Europa que nos espera y el papel de los escritores en esta.
Traducción del inglés por Javier Herrero González
Texto de los pies de foto por Gérard Wormser
Publicado en colaboración con Voxeurop